8 de mayo de 2016

Alimentación y nutrición urbanita

La alimentación se refiere a la forma de proporcionar al cuerpo humano las sustancias que necesita para vivir. Por su parte, la nutrición es el conjunto de mecanismos por medio de los cuales el organismo recibe, transforma y utiliza los elementos químicos contenidos en los alimentos que ingiere. La alimentación es voluntaria -se puede elegir lo que se come- mientras que la nutrición depende de factores genéticos y del entorno.

Durante años, una vez quitada el hambre de la postguerra, en España se ha seguido una alimentación tradicional, basada en la dieta mediterránea que, entre otras cosas, ha dado como resultado una elevada esperanza de vida.

La dieta mediterránea se ha seguido tradicionalmente en los pueblos del Sur de Europa. Durante el siglo XX esta dieta estuvo desprestigiada hasta que en los años 60 científicos especialistas como Ancel Keys y Francisco Grande Covián la volvieron a sacar a la luz tras comprobar sus efectos beneficiosos para la salud y su incidencia en la prevención de las enfermedades cardiovasculares.

Sin embargo, desde hace unos 20 años las sociedades urbanas desarrolladas van en sentido contrario en cuanto a dietética y nutrición. Pese a seguir teniendo una gran variedad de alimentos con un importante valor nutritivo, se ha ido abandonando la dieta tradicional,-más en la ciudad que en el campo- ha bajado el consumo de alimentos frescos (verduras, legumbres) y ha aumentado la cocina foránea, envasada y llena de grasas.

La cesta de la compra de hace una generación estaba formada por arroz, pan, patatas, garbanzos, frutas, verduras, carnes, lácteos, comprados tras un proceso de elección informada. Una cesta de la compra actual se compone de platos precocinados, conservas, congelados, hamburguesas, salchichas, salsas, mantequillas, bebidas gaseosas, comprados sin mirar, muchas veces a través de Internet.

Hemos copiado las costumbres dietéticas de los estadounidenses, con un modo de vida y un fondo cultural que dedica muy poco tiempo a comer, y prácticamente nada a cocinar, y cuyo resultado evidente es una alimentación incorrecta. El principal ingrediente de una dieta saludable es el sentido común, pero la realidad es que el binomio de dieta moderna y vida sedentaria es una de las plagas del siglo XXI. Además nuestros hábitos nos llevan a comer fuera de casa por motivos laborales o de estudios y estas comidas las solemos hacer con prisas, dedicando muy poco tiempo para la comida, ya que predomina la imagen del trabajador hiperactivo como imagen de la modernidad.


Nuestra preocupación por la obesidad se debe más a cuestiones estéticas que a sus consecuencias sobre la salud. Para corregir estos excesos, además de apuntarnos (pagar para luego no ir) a un gimnasio, nos hemos visto inundados por una avalancha de pastillas milagrosas y productos antiobesidad que -en el mejor de los casos- solo producen efectos saciantes, diuréticos o laxantes.

Evidentemente todo este desbarajuste ha hecho que nuestro organismo se resienta. El exceso de grasas, proteínas y carnes es la causa de diversas patologías alimenticias como la obesidad, el exceso de colesterol, el ácido úrico, la diabetes, los infartos, el cáncer de colon, etc. (palabras todas ellas desconocidas hace poco más de una generación). Además el aumento de enfermedades degenerativas podría tener alguna relación con nuestras carencias nutritivas.

En este panorama tan poco halagüeño causa especial inquietud la alimentación infantil, donde escasean las verduras, patatas, arroz y pasta y donde abundan las galletas y la bollería. Además del alto porcentaje de escolares (y también de adultos) que se saltan el desayuno, desde hace años los pasteles prefabricados han sustituido a los bocadillos del colegio y la cena en casa, donde supuestamente se corrigen posibles carencias alimenticias del colegio, se limita en ocasiones a hamburguesas o pizzas precocinadas. Es posible comer bien y barato, pero es más frecuente comer mal y caro.

Además un estudio de la Fundación Británica de Nutrición indica que una buena parte de los niños desconocen el origen de la mayor parte de nuestros alimentos. Y no cabe duda de que los británicos son mucho más aficionados a los huertos y jardines que los habitantes del Sur de Europa.

Así que tenemos un problema de índole profesional (el sedentarismo) combinado con uno de índole personal (la alimentación). Por suerte se aprecian algunas reacciones, no tanto en cuanto a alimentación -a pesar del movimiento slow food- pero sí en cuanto a nuevos hábitos urbanitas, siendo algunos ejemplos el renacimiento de los huertos urbanos (en azoteas y otros espacios urbanos) como alternativa a la cesta de la compra en los supermercados, los huertos en espacios periurbanos (para jubilados) o los cada vez más ciclistas urbanos.

Para combatir el sedentarismo, los ejercicios con mejores resultados a largo plazo son caminar a paso ligero y desplazarse en bicicleta. Por tanto se pueden “matar dos pájaros de un tiro” para la movilidad por la ciudad.

Uno de los precursores de la medicina natural y un luchador incansable contra el alcoholismo, el tabaquismo, la mala dieta y el sedentarismo fue, hace 50 años, el doctor Pedro Bilbao Encera, quien afirmaba que “vuestros alimentos son vuestra propia medicina”. Fue el iniciador de los paseos prescritos por el muelle de Arriluze en Getxo que, afortunadamente, han tenido continuidad generacional en muchos otros espacios urbanos.

Los nuevos hábitos dietéticos y la adopción de hábitos de vida saludables (convertirnos en gourmets, prestar más atención a la calidad que a la cantidad y recordar a la figura del doctor Pedro Bilbao) deben formar parte de la nueva cultura de los consumidores del siglo XXI.

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