18 de abril de 2016

Ciclistas urbanos (I): en bici

No cabe duda de que también en movilidad urbana estamos en un tiempo de cambios. Durante décadas hemos vivido con la mentalidad de tener coche en propiedad (las bicicletas eran para pobres) y de usarlo asiduamente en nuestros desplazamientos urbanos. Aparte de sus consideraciones energéticas y ambientales están las físicas (atascos) y las mecánicas (al movernos en coche tenemos que mover una máquina de unos 1.500 kg de peso).

Si de verdad queremos devolver las ciudades a las personas todos (ciudadanos y gobernantes) debemos ponérselo difícil y caro a los que –teniendo otras alternativas- deciden circular por la ciudad en su coche particular.

Este uso desmedido de coches particulares circulando por nuestras ciudades es el causante de los atascos cotidianos y de los altos niveles de contaminación atmosférica. La velocidad media de desplazamiento en coche en hora punta, en la mayor parte de los entornos urbanos, no llega a los 25 km/h y un ciudadano medio de la UE se pasa 100 h/a buscando dónde aparcar).

Los urbanistas llevan tiempo anunciando la necesidad de que las ciudades favorezcan los desplazamientos a pie y prioricen el uso de vehículos no contaminantes.

En las ciudades el problema son los coches y la solución –en parte- puede llegar de la mano de la bicicleta, un invento antiguo capaz de aportar una solución moderna. Estamos habituados a las bicis para un uso deportivo, pero cada vez más se aprecia en muchas ciudades el retorno de la bicicleta como un nuevo agente ciudadano, capaz de oxigenar nuestras ciudades y nuestros pulmones: el único CO2 que se emite es el de la respiración de los ciclistas.

Según la Asociación de Marcas y Bicicletas de España (AMBE) en España se vendieron en 2013 aproximadamente un millón de bicicletas al año. Esta cifra supera las previsiones europeas (unas 800.000 unidades) y supera también las ventas de automóviles en 2014 (855.000 unidades). De esta cifra apenas el 1% correspondía a bicicletas eléctricas, unas 10.000 unidades anuales.

Tenemos bicicletas, pero las usamos poco. Los datos del barómetro de la bicicleta de la DGT lo confirman. Aunque aún estamos muy lejos de los niveles de ciudades de Holanda o Dinamarca, cada vez podemos ver en nuestras ciudades más espacios para bicicletas, para circular y para aparcar, pero aún resultan insuficientes. Para abordar seriamente esta recomendación de expertos y esta demanda ciudadana, las administraciones debieran acometer Planes de Movilidad Urbana Sostenible (PMUS), cuyo principal objetivo sea plantear alternativas reales al uso del coche particular para descongestionar las vías urbanas. Junto con otras alternativas, como un transporte público eficiente o los coches de uso compartido) el fomento de la bici en la ciudad es una de las más prometedoras.


Los desplazamientos urbanos en bicicleta, circulando sobre el asfalto, erguido, relajado y con buena visión, suponen ventajas en cuanto a movilidad y ejercicio físico. Los inconvenientes son el riesgo de atropellos, la falta de carriles bici, la climatología y –en ocasiones- la orografía. 

En estos planes se deben plantear y resolver los conflictos derivados del hecho de compartir el espacio urbano, hasta ahora pensado para los coches, recuperando la cultura perdida de las bicicletas en la ciudad. Los conductores deben ir tomando conciencia de que las calles se deben compartir con los ciclistas. Igualmente se debe establecer (de acuerdo con la ciudadanía) el criterio sobre si las bicos deben circular por las calles (lo más frecuente) o por las aceras (según algunas ordenanzas municipales, en ausencia de carril bici).

En todo caso, solamente después de haber elaborado un plan de movilidad urbana, con la participación ciudadana, es cuando se debe construir la red de infraestructuras (carriles bici segregados del tráfico de coches para que aporten sensación de seguridad, aparcamiento cerrados, conexiones intermodales en centros residenciales, colegios, centros de trabajo, centros de ocio, junto a estaciones de tren, facilitar llevar bicicletas en el transporte público, soluciones de coexistencia con coches en calles a 30 km/h, etc).

Las bicis plegables se ven cada vez más en nuestras ciudades, ya que se pliegan y despliegan en segundos y permiten viajar en tranvía, metro, tren o autobús, así como llevarlas en el maletero del coche. También se pueden llevar hasta el mismo lugar de trabajo. 

Además de las ventajas personales para cada ciclista, un mayor uso de la bici en las ciudades tendrá también ventajas para el conjunto de la sociedad. Y no solo beneficios urbanísticos, sino también ambientales y económicos. Un aire urbano más respirable reduce la incidencia de enfermedades respiratorias y sus costes sanitarios asociados. Igualmente un uso más extendido de la bicicleta en las ciudades reducirá la actual demanda ciudadana de construir y mantener más carreteras.


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