5 de febrero de 2014

Los retos de las ciudades del siglo XXI

A lo largo de las últimas décadas han tenido lugar en todo el mundo muchas transformaciones económicas, sociales, demográficas y territoriales. Cientos de millones de habitantes de zonas rurales se han trasladado a las grandes ciudades, de sus países o de otros, atraídos por la posibilidad de encontrar una nueva forma de vida.

El efecto de este desplazamiento masivo ha sido un desequilibrio territorial cuyo resultado es el hacinamiento de miles de personas en grandes metrópolis, así como la despoblación de muchas zonas rurales, abocadas a un incierto futuro.

De hecho, el medio urbano es una plasmación del desequilibrio, porque la urbanización supone una alteración del medio natural y por la fuerte dependencia del exterior que tienen las ciudades para abastecerse de recursos. 

En la siguiente tabla se muestra la evolución de la población en el mundo desde el comienzo de la primera revolución industrial, expresada en millones de habitantes.


Resulta innegable que la vida en las grandes ciudades ofrece contribuciones positivas en lo social, como las mayores tasas de empleo, el uso del transporte público, las bajas tasas de delincuencia, la conservación de los centros históricos, el acceso a la vivienda y a los servicios sociales y la baja segregación social.

Pero la vida en las ciudades tiene también un peaje ambiental. La calidad de vida urbana se ve afectada por el ruido, la densidad de tráfico, la contaminación atmosférica, la mala gestión del medio ambiente, el descuido del entorno construido y la falta de planificación estratégica.

En las últimas décadas algunos ciudadanos han decidido huir de las aglomeraciones urbanas y se han instalado en la periferia. Esta dispersión geográfica de corto radio ha generado un aumento del tráfico, la actividad económica se ha trasladado a la periferia y los centros de las ciudades se han debilitado y en ocasiones se han deteriorado.

En muchas partes del mundo existen ciudades post-industriales, con una ordenación del territorio muy mejorable, rodeadas por restos de fábricas obsoletas, con evidentes daños ambientales y con usos poco racionales de la energía.

Pese a la gran diversidad de modelos de ciudad, en todos los países desarrollados las ciudades deben afrontar el problema de aumentar su prosperidad económica y su capacidad competitiva y de reducir el desempleo y la exclusión social, a la vez que protegen y mejoran el medio ambiente urbano. Este reto lo están abordando algunas ciudades mejor que otras.

Es evidente que en todo el planeta existen importantes problemas económicos, sociales y ambientales. En el Foro Mundial de Ciudades celebrado en Bilbao en junio de 2013 los bloques temáticos tratados han sido la planificación urbana integrada y la gobernanza dinámica, la construcción de una economía competitiva, el aseguramiento de un medio ambiente sostenible y la consecución de una alta calidad de vida en las ciudades.

Pero la realidad es que los urbanitas del siglo XXI tenemos ante nosotros un desafío muy claro: recuperar los centros de nuestras ciudades como espacios públicos urbanos, como parte importante de la vida social y recuperar la conexión de las personas con la naturaleza.

El punto candente sobre los retos de las ciudades del siglo XXI es el urbanismo, que está a su vez muy ligado a la energía. Es necesario repensar las ciudades desde el punto de vista de la eficiencia energética, reduciendo la demanda energética de las energías convencionales y desarrollando la generación distribuida a partir de energías renovables.

Las ciudades son parte del problema económico, social y ambiental que estamos viviendo y deben ser también parte de la solución. La huella ecológica urbana tiene alcance planetario. La lucha contra el cambio climático es una carrera de fondo, cuyo resultado se va a dilucidar en el seno de las ciudades, si entre todos somos capaces de reconducir nuestros modelos urbanos.

La meta se encuentra aún muy lejos y la responsabilidad de avanzar en este sentido es de las entidades públicas locales y regionales, apoyadas por iniciativas privadas. La planificación urbana -no solo urbanística, sino también energética y ambiental- es una condición sine quae non para asegurar la calidad de vida en las ciudades. Y aquí es donde los ciudadanos podemos adoptar un papel mucho más activo.

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